MONTEJO DE LA VEGA / DE ARÉVALO. Los Reyes Magos vienen dos veces en el mismo día.

El presente relato es una interpretación personal basada en un acontecimiento real sucedido en 1818, hace 203 años. Las fechas, los nombres propios, profesiones y lugares citados son reales. Espero os guste.

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Aquel lunes día cinco de enero ya caída la noche, Eugenio, de oficio pastor regresaba a su casa habiendo dejado atendido el ganado. Llevaba la cabeza gacha y un semblante de poca conformidad, posiblemente por la climatología tan mala para su trabajo y animales.

Al pasar por la casa de Martín, la penúltima en la salida del pueblo dirección Puras, golpeó la puerta con su callado. Quería conocer como se encontraba Gregoria ya en avanzado estado de gestación y que el día anterior no asistió a misa.

Martín, el marido de Gregoria, abrió la hoja superior de la puerta, con más esfuerzo de lo habitual, hinchada por la humedad de las últimas semanas. Eugenio saludó a su amigo Martín con una medio sonrisa forzada y preguntó por Gregoria.

Martín respondió alzando los hombros, —como la postura del sol de hoy, qué puedo decirte, con ganas de soltarlo. No he visto vientre más grande y picudo.

—Entiendo— contestó Eugenio.

En lo que llevaban de año no habían visto el sol, la niebla día tras día seguía cerrada y los tordos auspiciaban, buscando los huecos en las tenadas para pasar la noche, que las nieblas y el hielo continuarían algunos días más.

Eugenio, que rondaba los 47 años, tenía buen ojo y fama en predecir los partos tanto de mujeres como de animales. Mirando a Martín sin decir nada durante varios segundos, por fin abrió la boca y con mucha seguridad afirmó que de esta noche no pasaría.

—¿Y eso Eugenio?— preguntó Martín, —Las perras están inquietas, algo barruntan, sobre todo la colorá. Buenas noches Martín— y rápidamente desapareció en la oscura tarde noche en dirección a la calle Empedrada dejando una estela de vaho más densa que la propia niebla.

Martín ya tenía experiencia en partos, se aseguró que hubiera agua en los cántaros y tinajas, leña en abundancia para abastecer muchas horas la lumbre baja, el resto: toallas, sábanas, etc., Gregoria hacía días que lo tenía todo listo. El matrimonio se había casado en Almenara el primer día del año de 1803 y residían en Montejo de Arévalo desde entonces. Hasta ese momento Gregoria, que contaba con 36 años, había dado a luz ocho veces. En varias de ellas las criaturas habían fallecido en el parto.

Y llegó el presagiado e inevitable momento, siempre especial y alegre en muchos casos, pero para este matrimonio se convertía en duros y tristes recuerdos. Este embarazo ya de por sí les generaba mucha preocupación desde que el cirujano les anunció que era un embarazo múltiple.

Para el alumbramiento no podían contar con gran ayuda directa, Gregoria perdió a sus padres muy pronto y también sus suegros habían fallecido.

Su vecino Enrique, de oficio jornalero y su segunda mujer Cayetana que vivían en la casa contigua, la última de la salida dirección Puras, ayudaron como matronas experimentadas. Sobre todo Enrique que había tenido varios hijos con su primera mujer Manuela, entre ellos mellizos que murieron en el parto.

Para Martín que sus vecinos estuvieran en ese momento le daba tranquilidad, Gregoria también mostraba serenidad con ellos. El cirujano, Pablo Serrano, que acostumbraba a atender especialmente los partos múltiples no debía de estar en el pueblo ese día.

El caso es que el alumbramiento no debió de tener grandes complicaciones y nacieron trillizos a los que el propio Enrique, de uno en uno realizó el bautizo de socorro, tocando únicamente con su mano el talón de cada bebé como estipulaba la ejecución de dicho acto. No tuvieron que buscar el santoral del día que era lo que se acostumbraba para decidir el nombre de los recién nacidos. En este caso estaba claro, ninguna duda al respecto, les pusieron los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasara.

Que bonita casualidad que el mismo día que llegaron los Reyes Magos a Montejo, también nacieran tres criaturas en un mismo parto, dos niños y una niña.

La experiencia de Enrique en partos problemáticos quedó demostrada cuando el cura rector de la iglesia, Pedro Esteban García, no encontró impedimento alguno para dar por válidos dichos bautizos. Por tanto, Enrique automáticamente tras esta validación se convirtió en pariente espiritual de los tres Reyecitos.

El día 6 antes de acudir a misa, prácticamente el pueblo entero sabía de los trillizos y a lo largo de la jornada la mayoría de los vecinos pasó a dar la enhorabuena a la familia y a llevarles, como ya entonces era costumbre, bizcocho y chocolate.

Todos hablaban del suceso; era insólito que nacieran tres niños el día de Reyes. Como ejemplo de vecindad, los mozos que generalmente elegían ese día para pedir el aguinaldo, entregaron gran parte de lo recogido los padres.

Pero esta historia navideña acaba realmente pronto. A los pocos días, el 10 de enero, el lúgubre tañir de las campanas anunciaban al vecindario el fallecimiento de Gaspar y Baltasara, dos días después también el de Melchor.

Hoy, pasados varios siglos, con estas líneas los Tres Reyecitos vuelven a “renacer” con respeto y cariño. Son parte de nuestra historia.